Me apetecía escribir un artículo para reflexionar sobre la rabia, agresividad y violencia. El motivo es que me encuentro muchas personas que no se permiten sentir la emoción el enfado y, de esa forma, evitan inicialmente conflictos externos. Sienten rabia pero como eso está «mal» tienden a reprimirla, castrarla. Al final, eso suele llevar a somatizaciones en el cuerpo o a tener explosiones violentas.
La rabia es una emoción que tiene su función y como tal nos puede estar avisando de algo. Quizás de deseos frustrados, de que algo no ha salido como queríamos y podemos ser perjudicados, de alguna injusticia. Por lo tanto, cada vez que de forma automática inhibimos la emoción de la rabia sin ningún tipo de filtro también reprimimos una parte de nosotros generando ahora un conflicto interno.
Reprimir no tiene que ver con gestionar la rabia.
Además, la ciencia es clara al respecto, la rabia interiorizada es perjudicial para nuestra salud.
¿Entonces?
Primero que nada es importante darnos cuenta de cuando y cómo surge. Ser conscientes de ella.
Cuando la rabia es inconsciente puede salir sin control proyectándola en un otro o también dirigirla hacia mi mismo «tragándomela» generando más conflicto y resentimiento (¡Y probablemente somatizando!).
Cuando damos consciencia a esa emoción tenemos la oportunidad de canalizarla con los beneficios que eso supone para nosotros y para el entorno. Probablemente la energía de esa emoción se transforme y acabe diluyéndose.
El problema surge cuando rigidizamos una conducta y no nos permitimos flexibilizar según la situación. Está claro que en algún momento reprimir la rabia pueda ser la opción más adecuada según el contexto, en cambio hacerlo de forma rígida es perjudicial.
La agresividad, desde una mirada humanista, es un impulso vital, una energía que nos permite adaptar el entorno a nosotros, satisfacer nuestras necesidades y deseos. Su significado etimológico es «ir hacia algo». Un bebé antes de nacer usa la agresividad para atravesar el útero de su madre y salir al exterior. Es la energía que usa la mariposa para romper el caparazón y salir al mundo. Es la energía que de una semilla para atravesar la tierra hasta brotar. Un niño usa su agresividad para coger una manzana y pegarle una mordida.
La agresividad es importantísima también en adultos para poner límites y poder defendernos.
Inhibir esa energía elimina nuestra curiosidad, espontaneidad, autenticidad, empoderamiento. Es la energía para pasar a la acción.
¿Puedes ver lo que esto significa si castramos en nosotros esa energía? ¿puede llevar eso mismo luego a explosiones de violencia?
Recordar que la clave está en permitirnos usarla y ser lo suficientemente flexibles para hacerlo con la mayor sabiduría. La agresividad requiere adecuación a la situación y no perder de vista que nos solemos mover en interacciones yo-tu. Cuido de mi pero eso no me exime de ser lo más cuidadoso posible contigo.
Y eso no tiene nada que ver con ser violento y querer hacer daño de forma consciente usando la fuerza de forma desproporcionada para someter la voluntad del otro.
Pero, ¿Es posible terminar con cualquier tipo de violencia en el ser humano? Puedo ver, por ejemplo, ¿cómo defiendo una creando a una guerra, eso si, en nombre de la paz? ¿Podemos terminar con la violencia usando violencia? ¿o es sólo perpetuarla?
Jiddu Krishnamurti decía que hasta que no seamos conscientes y NOS DEMOS CUENTA de nuestra propia violencia imponiendo, humillando, ridiculizando, comparando a otros en la mayoría de situaciones que vivimos estaremos poniendo parches. Empezar mirándonos a nosotros mismos.
Quizás es el momento de evolucionar como especie y ser humano de verdad, o quizás no y sea el fin.
Quizás tengamos el triste recordatorio de ser la única especie que quedó tan ciega que acabó consigo misma.
Sigamos reflexionando…